...no hueles a pescado, hueles a sirena...

Llevo un par de meses cogiendo la línea 150 de autobús en un polígono empresarial de las afueras y comparto espera y marquesina congelada con cuatro mujeres de bandera, sin botox ni MBAs. Son los verdaderos brotes verdes, currantes de ojera y coleta rápida, carcajada sincera y falta de tinte en las raíces. Me las encuentro por la noche, saliendo de dejarse la salud en alguna escalera fría. Cada día, a una de ellas le toca llevar la merienda de las cuatro y, allí, en la parte trasera del 150 encienden tertulias maravillosas regadas con zumo barato, resignación y risas.

Esas mujeres, madres todas ellas, según he escuchado furtivamente, inmigrantes la mitad y arañando los cincuenta (quizá menos y castigados) saben bien de la crisis. Seguramente la descubrieron antes que el propio Zapatero que, como andaba tomando cafés a 80 céntimos, tardó meses en enterarse. Esas mujeres, como miles más, no necesitan que ningún gilipollas con corbata les hable ahora de reformas, ni de cómo apretarse un cinturón porque, de forma espontánea, ya han improvisado una cooperativa de merienda. Todas ellas contrastan precios para preparar el sándwich más barato, lo untan sin escrúpulos para las otras y lo disfrutan como si fuera el último de sus vidas. Y me imagino que lo que les espera al llegar a casa es mucha plancha. Pero no se les caen los anillos, ni el IBEX, ni la moral. Son sabias sin barba blanca.

Sólo Fernando León, mago del realismo mágico (..no hueles a pescado, hueles a sirena..) podría crear la atmósfera que consiguen a base de amistad y papel albal. Yo, que harta de gürteles y urdangarines me las encuentro cerrando mi día, y sin grandes optimismos para el siguiente, consigo bajarme del autobús recordando que al final se trata sólo de eso, de la magia en lo sencillo. Y me hacen sonreír a mí también.
Gracias.

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