Día 14: Adelgazando.

Con los abetos navideños aún en los contenedores y el recuerdo del tierno abrazo de Martes y 13 comiendo mortadela ante la tumba de Gila, han llegado las dietas de año nuevo. Hoy en un solo trayecto de autobús, he sido invitada a adelgazar en un diario gratuito, en dos anuncios grapados a sendos árboles, en un banner del smartphone de mi compañero de asiento y en una cuartilla enganchada al limpiaparabrisas de un coche en doble fila.

Cabría pensar que en el paro se engorda, por aquello de estar ‘parado’, pero nada más lejos de la realidad. Yo al menos he adelgazado ya cerca de tres kilos, y sin empezar a escalar todavía la cuesta de enero. No sé si será porque he cambiado tiempo de tapas por horas de Infojobs, porque los cursos del INEM me han tocado donde cristo dio las tres voces y hago casi trecking para llegar, o si se debe a alguna tensión inconsciente que nos consume lentamente empezando por las grasas. Pero lo cierto es que he adelgazado y no sólo de cintura. Hace unas semanas me llamaron para un curso subvencionado. Éramos como mil candidatas (todas mujeres) para unas diez plazas, así que había entrevista de selección. Yo preparé una carta de motivación, honestamente preciosa, pero cuando llegué allí, y vi el percal, ni siquiera la entregué. Había decenas y decenas de chicas jovencísimas haciendo cola con la esperanza de que el curso les diera al menos un oficio, el oficio una ilusión y ambos juntos un primer empleo. Yo, que no tengo empleo pero sí oficio y aún un poco de ilusión, salí por aquella puerta con una preocupación casi maternal, mi carta hecha una bola, y la moral... también adelgazada.



Esto no tiene pinta de cambiar rápido, así que voy a ver si hago helado con los turrones sobrantes y me creo una pantalla grasa como las focas para aguantar el invierno. Dukan, no cuentes conmigo. 

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