Día 12: Preysler 1 - Aznar 0

A mí los pijos me descolocan. Lo mismo se dejan una tela para un complemento absurdo que lleve impreso un osito, que presumen de alpargatas de mercadillo como lo más "in" de su armario.

El otro día se casó, ante la plana mayor del conservadurismo patrio, el hijo de Aznar, y la novia apareció en un seiscientos, que no sé si es un guiño vintage de la derecha o si la familia de la chica no llega al mileurismo desde los setenta. Debe ser lo primero, no en vano el propio Aznar, adalid del hippismo de club de polo, lucía pulseras de perroflauta cuando firmaba el destino de todos los españolitos, pijos y no pijos.

 Tenemos también el caso de la apestosamente forrada duquesa de Alba, otra Janice Joplin de saldo, que se pasea por mercadillos ibicencos con tobilleras de conchas y se descalza nada más casarse, cual gitanilla búlgara, para respiro de sus juanetes y angustia de los allí presentes.

A mí me gusta que el inmigrante se integre pero también que conserve sus costumbres, no quiero que Abdalá deje de mirar a la meca para hacerse costalero de Triana. Pues creo que me pasa igual con el pijo de pro; no quiero que Tamara Falcó se quede tirada por no llenar de gasolina su Simca Mil.


Nunca me cruzaré con Tamara en el INEM, no ha redactado un currículum en su vida y las dos sabemos que no lo hará nunca, pero tampoco vende lo contrario. Tamara no lleva pulseras de hilos. Compra, como mucho, en Jesús del Pozo, jamás en el Pozo del Tío Raimundo. Da igual que Navacerrada esté a tope de nieve, porque a esquiar hay que ir a Baqueira o a Aspen. Tamara sesea y no se lava la cara, se la asea. Tamara es una pija, pero se esfuerza por ser una buena pija, y eso la super-super-honra. Gracias Tami.

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